SIN TÍTULO (2)

He querido contar y no me ha salido.

Digo que he querido contar y he enviado la hoja a la papelera sin una palabra que reciclar.

Digo que he querido amarrar unas cuantas perras negras de manera que cobren sentido —un sentido específico, se entiende—, y he terminado repasando los highlights de The wire, buscando ayuda.

Y luego he vuelto a querer. Y me han dolido los ojos, porque ya no asimilo la vida sin estos +050-050×180°  +050-050×45°. Y ahí vamos.

He preguntado y le pasa a todo el mundo. Pero es difícil conformarse con una mierda de esas. Con ser igual a todo el mundo.

He querido actualizar este blog. Y esto es lo que salido. Para que vean qué mal ando.

Décimas

Yo debía tener unos nueve años, la primera vez que le pedí a mi papá que me enseñara a tocar la guitarra. Estábamos, y esto lo recuerdo bien, en el cumpleaños de su abuela, una viejita regordeta a la que no creo haber hablado jamás, y mi papá acababa de cantarle unas décimas que terminaban: ciento diez, Adoración, porque todo el mundo estaba seguro de que Mama llegaría a esa edad. Lo cierto es que no lo hizo. Y lo cierto es que yo, con nueve años, no pensaba demasiado en la muerte. Yo quería aprender a tocar la guitarra y, por un breve tiempo —días, quizás—, quise también aprender a hacer décimas.

Está bien, dijo mi papá en medio de la fiesta, ven conmigo. Me llevó a uno de los cuartos de la casa y se sentó en la cama. Voy a hacer un sonido y deberás repetirlo exactamente igual. No, así no, escucha bien. Otra vez, escúchame. No. No. Nada, no tienes oído musical, hija. No hay caso. Y recuerdo que lloré, solo un poco, pero lloré, hasta que mi mamá vino al rescate y regañó a mi papá y la fiesta siguió toda la noche.

Frustrada mi momentánea vocación por la guitarra, me quedaban las décimas. Pero en aquel entonces las décimas que yo escuchaba improvisar a mi papá o que recordaba que canturreaba mi abuela mientras hacía el almuerzo, hablaban todas sobre cosas de adultos. Y a la larga se me pasaron las ganas. Continúa leyendo Décimas